En las montañas donde el aire fresco acaricia la piel y el aroma del café artesanal colombiano llena el ambiente, se alza la finca de los Nasa y Café de la familia Liz Andela. Con siete miembros, esta familia se ha forjado un lugar en el mundo entre las hileras de plantas de café del cauca que parecen extenderse hasta el horizonte.
La vida en la finca es un ciclo constante, una danza con la naturaleza que nunca se detiene. No hay pausas, no hay días libres. El café requiere dedicación, ya que es un producto premium Colombiano, y cada uno de ellos ha aprendido desde temprana edad que el esfuerzo es la clave para cosechar sus frutos.
En la finca de los Liz Andela, el café no es el único protagonista. Las plantas de plátano, altas y generosas, se mecen con el viento, ofreciendo sombra y alimento. La yuca, con sus raíces sustanciosas, espera ser cosechada, mientras las hortalizas crecen en los surcos, llenando de color los días soleados. Frijoles y calabazas se entrelazan en una danza natural, cada uno aportando su propia esencia a la vida de la finca. Los nacimientos de agua brotan como pequeños tesoros, alimentando la tierra y proporcionando vida a los cultivos. La vida en la finca Liz Andela es un recordatorio de que, en la interconexión de las plantas, el agua y el esfuerzo humano, florece no solo el café colombiano en grano, sino una familia unida por el amor y la tradición.
“Cuando éramos pequeños siempre se nos cultivó el amor por el trabajo, de cuidar las plantas, de sembrar, de cuidar la tierra”.
La zona, de suelos volcánicos enriquecidos por la caída de cenizas, crea un entorno fértil que es el hogar perfecto para los cultivos. Aunque las erupciones a veces traen consigo un manto gris que cubre la tierra, también son un regalo de la naturaleza, pues la ceniza alimenta el suelo, permitiendo que las plantas crezcan con fuerza y vitalidad, creando el mejor café de Colombia. La historia de la finca está entrelazada con la de un tío de la familia, un pionero que, con su curiosidad y su deseo de aprender, sembró las primeras semillas de café en los 70’. Fue él quien asistió a un seminario y regresó a la finca con un nuevo sueño: transformar el paisaje familiar en un hogar lleno de vida, cultivo y prosperidad.
“La idea del café fue basada en un
pago justo”.
Con el tiempo, estos conocimientos pasaron de manos en manos, hasta que los abuelos establecieron los cafetales que más tarde serían confiados a sus padres. Así, el amor por la tierra se convirtió en un ritual familiar, donde cada uno aportaba su sabiduría y experiencia.
En los años 75 y 80, los cultivos comenzaron a expandirse. A pesar de que en la agricultura se dice que los suelos que han sido cultivados durante mucho tiempo tienden a agotarse, la finca de los Liz Andela desafía esa noción. En su rica diversidad de cultivos, donde los cafetos coexisten con plátanos, yucas, hortalizas y frijoles, los suelos permanecen vibrantes y llenos de vida. Esta sabiduría, transmitida a lo largo de generaciones, refleja el profundo entendimiento que la familia tiene sobre su entorno. Para ellos, la agricultura regenerativa y consciente con la tierra y sus ecosistemas no son una rareza ni un lujo; son parte de su vida diaria como pueblo indígena, una práctica ancestral que mantiene la salud de la tierra desde tiempo inmemoriales.
La finca de los Liz Andela, aunque pequeña con sus dos hectáreas, está llena de vida y dedicación. Con alrededor de 10,000 árboles de café, cada uno representa el esfuerzo y la pasión de la familia. Sin embargo, su producción anual de aproximadamente cuatro toneladas no es suficiente para sostenerse completamente, por lo que dependen también del café de sus vecinos, con quienes han compartido la vida y el trabajo por medio de prácticas antiguas como la “minga” o trabajo comunitario compartido. Sin embargo, el camino no siempre ha sido fácil. La historia de su empresa comienza con un dolor profundo.
La familia vio cómo su esfuerzo y dedicación se desvanecían ante un sistema económico internacional que trataba el café, es un alimento sagrado, con desprecio. Este sistema manipulaba el mercado y pagaba el café a un precio tan bajo que se decidió cortar y acabar los cafetales en el 2010 porque los ingresos no cubrían ni siquiera los costos de producir el alimento. Sin embargo, en lugar de rendirse, la familia decidió adaptarse. Es así como en el 2017 comenzaron a buscar alternativas, a diversificar sus cultivos y a reforzar la relación con sus vecinos. Juntos, formaron una red de apoyo, compartiendo no solo el café, sino también ideas y estrategias para enfrentar las adversidades. Nuestros esfuerzos se enfocaron en construir relaciones sólidas con los caficultores
s y en educar a la comunidad sobre la importancia de valorar el trabajo que hay detrás de cada taza de café. La transparencia en los pagos y la comunicación honesta fueron esenciales para ganar la confianza de todos. Aunque al principio fue un desafío, poco a poco la comunidad empezó a entender que la inversión en su producción era una inversión en su futuro.
Así, nuestra empresa fundada en el 2017 se ha convertido en un motor de cambio, donde la calidad del café va de la mano con el bienestar de quienes lo producen. En cada taza que ofrecemos, hay una historia de esfuerzo, colaboración y un compromiso profundo con nuestra comunidad. Seguimos dedicados a garantizar que cada caficultor reciba el reconocimiento y la recompensa que merece.